Integran en mural comunitario “Somos agua salada, somos milpa” saberes y tradiciones de Alpuyeca, Morelos

  • El mural cerámico de la escuela “17 de abril de 1869” contó con la participación de la comunidad académica, escolar y artística de la localidad.
  • El rescate de saberes y tradiciones se realiza con apoyo del Conacyt 

El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), mediante el impulso al Proyecto Nacional de Investigación e Incidencia (Pronaii) de Salud y Alimentación Comunitaria, perteneciente al Programa Nacional Estratégico de Salud (Pronaces Salud), apoyó la realización de un mural cerámico colaborativo en el comedor escolar de la escuela “17 de abril de 1869”, en el municipio de Alpuyeca, Morelos, el cual plantea la participación como un eje crucial en el desarrollo de proyectos sobre salud integral comunitaria en distintas regiones del territorio nacional.

El Pronaii Salud y Alimentación, lleva a cabo dos importantes proyectos en el país, de los cuales, el “Proyecto de Investigación e Incidencia en Alimentación y Salud Integral Comunitaria en 6 comunidades escolares de la Zona Centro y Sur del país”, se implementa por el Instituto Politécnico Nacional (IPN) bajo la coordinación del Dr. Francisco Lozano. 

En el marco de este proyecto se realizó este mural cerámico colaborativo, que busca fortalecer el vínculo con el pasado mediante la recuperación de saberes, prácticas y rituales tradicionales, así como resaltar las identidades socioculturales comunitarias. Asimismo exponer la ruptura de los lazos comunitarios que el sistema neoliberal provocó durante varias décadas, anclando a los sujetos a identidades fragmentarias y globalizadas, lo que ha provocado gran parte de los problemas de salud que hoy enfrenta la niñez mexicana.

El mural que reviste el muro principal del comedor escolar de la escuela “17 de abril de 1869” sumó la participación de un nutrido grupo de madres de familia, una artista plástica, trabajadores de la construcción y miembros de la comunicad académica, que sellaron con este trabajo expresivo un amplio trayecto de actividades que incorporaron la visión de las infancias. 

“Se trató de la última etapa de un proceso largo que comprendió desde la elaboración de 165 pequeños cuadernos empleados como bitácoras visuales por todos los niños de la escuela, hasta el bautizo de la pieza en la que se recogían los dibujos de hojas, flores, raíces, animales y utensilios de cocina que daban cuenta del importante papel que para esta escuela tiene la nutrición: Somos agua salada. Somos milpa”, dijeron los organizadores. 

La Dra. Mercedes Campiglia, investigadora del proyecto, explicó que este fue un proceso absolutamente comunitario, desde la elección del tema hasta la instalación del lienzo cerámico en el muro que lo albergaría, en el cual participaron niños, niñas, maestros, maestras, directivos, estudiantes de artes plásticas de La Esmeralda, investigadores, investigadoras, madres y padres de familia. 

“La artista que dirigió el taller se encargó de traducir la sinfonía de voces en una pieza armoniosa que no se limitara a ser una retacería de individualidades”, dijo.

Mercedes Campiglia contó que las losetas cerámicas artesanales fueron horneadas y acarreadas de ida y de vuelta para que la comunidad pintara en ellas, los estudiantes de artes plásticas traspasaron algunos dibujos de los niños y niñas al material, mientras que las y los alfareros esmaltaron algunas piezas. Para el fijado de piezas, las madres de familia siguieron la instrucción de las personas expertas para el perforado en el muro, la aplicación de mezclas, las mediciones y alineaciones de los objetos. 

“Armar el rompecabezas, trasladar las delicadas piezas de un sitio a otro, evitando que se revolvieran o se trozaran, humedecerlas y aplicarles pegamento, requirió de decenas de manos que se fueron coordinando armoniosa y ordenadamente. Manos acostumbradas al trabajo colaborativo. Un par de sesiones alegres de quehacer conjunto fueron el broche que cerró el proceso”, narró investigadora. 

El mural también expresa la organización y potencia del trabajo en faena, sin que la empresa ni las personas expertas se apropiaran de la realización, sino que se ejecutara una labor conjunta, promoviendo la capacidad organizativa y de trabajo del colectivo. 

“El quehacer comunitario teje lazos que permiten a los colectivos enfrentar retos mayúsculos desde la fuerza que solo puede alcanzarse cuando las multiplicidades se funden en un cuerpo colectivo. Una hermosa experiencia de quehacer colectivo, de aprender cosas nuevas y ensuciarse las manos”, destacó Mercedes Campiglia.

Finalmente, expuso que estas prácticas fortalecen el vínculo con el pasado -mediante la recuperación de saberes, prácticas y rituales ancestrales-, así como el empleo del arte para construir imaginarios de futuros posibles, los cuales “son columnas entre las que se puede sujetar, como una hamaca, el tejido de las identidades comunitarias que podrá sostener y arropar, en su urdimbre, a las infancias”.