RAMÓN AGUILAR-GARCÍA
Investigador del Campo Experimental Norte de Guanajuato, Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias.
Los suelos son uno de los factores determinantes en el ciclo del agua, pues constituyen la primera capa que ésta debe atravesar en el proceso de infiltración que lleva a la recarga subterránea. A pesar de tomar cientos o miles de años en formarse, y ser extremadamente complejos y variables, los suelos se dañan fácilmente con el incremento progresivo de la erosión, la compactación, la labranza y la contaminación. Debido a que el desarrollo de la vida terrestre —tanto animal como vegetal— depende en gran medida de las condiciones en las que se encuentre, es necesario desarrollar alternativas para controlar la erosión y mantener el funcionamiento correcto del proceso de infiltración del agua.
En el Campo Experimental Norte de Guanajuato (Cengua) se han desarrollado diversas estrategias para controlar la erosión que han permitido, tras más de 40 años de trabajo, revertir la degradación de los suelos. Entre estas técnicas de restauración destaca la secuencia de rotura vertical del suelo, diseñada para sistemas agropecuarios. El primer paso para este proceso de restauración es diagnosticar la magnitud del daño mediante pruebas en campo que toman en cuenta la variabilidad en la capacidad de infiltración que cada tipo de suelo presenta.
Después, debe realizarse la rotura vertical; es decir, fracturar el terreno para incrementar la capacidad de filtración del agua de lluvia, incluso ahí donde la estructura del terreno está dañada. Las fracturas no deben voltear ni exponer el suelo a la radiación solar y, cuando son hechas por equipos motorizados ligeros, deben tener de 20 a 40 cm de profundidad y de 40 a 60 cm de separación. Dicha rotura puede también realizarse con equipos pesados, en cuyo caso puede llegar a tener hasta 90 cm de profundidad y debe mantener unos 200 cm de espacio entre líneas. Para que esta técnica tenga eficacia debe aplicarse entre tres y once años consecutivos —dependiendo del estado «de salud» del suelo— y, posteriormente, de manera más espaciada. Aunado a esto, debe realizarse un monitoreo riguroso de los cambios físicos en el suelo para medir el impacto de la intervención. Si este proceso es exitoso y la capacidad de infiltración de agua de lluvia crece, el suelo también incrementará sus niveles de humedad y, con ello, será posible realizar la siembra en seco de diferentes tipos de gramíneas y leguminosas antes de la época de lluvia.
Esta metodología de restauración tiene muchos beneficios. Por un lado, permite enfrentar los efectos negativos del cambio climático, ya que las propiedades del suelo generado garantizan la infiltración de las lluvias de la región (hasta un 90 %) y aseguran la presencia de agua en el subsuelo durante fenómenos de sequía. Además, esta estrategia favorece el secuestro de carbono, es decir, la remoción de gases de efecto invernadero de la atmósfera.
Por otro lado, la rotura vertical favorece las condiciones para la producción de pasto y, con ello, la disponibilidad de forraje para obtener productos pecuarios como carne. En condiciones naturales, la producción de dicha planta está determinada por la cantidad de agua de lluvia, el espesor del suelo, los nutrientes y la composición botánica. El espesor del suelo es fundamental para que los pastos se desarrollen, pues de él depende la capacidad de captación de agua de lluvia, el tipo de nutrientes disponibles en el suelo y el espacio disponible para las raíces.
Gracias a que se ha practicado rotura vertical en función de la precipitación, en el Cengua se ha logrado una vasta producción de pasto en suelo con 90 cm de espesor; situación que contrasta con las zonas agrícolas dependientes del manejo tradicional, donde la infiltración del agua de lluvia no es mayor al 5 o 10 %. Cuando hay más de 90 cm de espesor de suelo, es factible que del ciclo anterior queden entre 150 a 175 mm de agua, con lo cual se puede afrontar un temporal extremadamente seco con menos de 250 mm y, aun así, obtener alimento para ganado. En cambio, si la precipitación anual es superior al promedio, es decir, arriba de 450 mm, la producción de pastura será mayor y el agua de lluvia excedente ingresará a las capas más profundas del terreno sin causar erosión.
Así, la mejora en la captación de agua de lluvia a través de la técnica de ruptura vertical hace posible mejorar las condiciones de la producción agropecuaria en ambientes semiáridos. De esta forma no sólo se reduce la erosión hídrica y eólica sino que pueden atenuarse las condiciones ambientalmente desfavorables que propician la migración a Estados Unidos. Además, este tipo de estrategias permite reducir progresivamente la extracción excesiva de agua subterránea y, en consecuencia, favorece el equilibrio de los ecosistemas. Por ello, es necesario cambiar las políticas de apoyo al campo en México y generar programas que promuevan el uso de técnicas adecuadas de conservación de suelos. O
REFERENCIAS
Aguilar-García, R., y Ortega-Guerrero, M. A. (2017). Análisis de la dinámica del agua en la zona no saturada en un suelo sujeto a prácticas de conservación: implicaciones en la gestión de acuíferos y adaptación al cambio climático. Revista Mexicana de Ciencias Geológicas, 34(2).
Freeze, R. A., y Cherry, J. A. (1979). Groundwater: United States of America. Prentice Hall.
Hunt, A., y Ewing, R. (2009). Percolation Theory for Flow in Porous Media. Springer-Verlag.
Landers, J. N. (2007) Sistemas tropicales de agricultura-ganadería en la agricultura de conservación. La experiencia en Brasil. Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación