RESEÑA DE PELÍCULA: YERMO

JUAN AURELIO FERNÁNDEZ MEZA
Doctorante en Humanidades, Universidad Pompeu Fabra.

Yermo | documental

Everardo González | director

2020 | año

México | país

75 minutos | duración

¿Qué tan lejos alcanza alguien a ver en el desierto? En la ciudad los edificios obstaculizan la mirada, evitan que los ojos vayan hasta donde pueden ir. La primera vez que me di cuenta de eso fue en una isla, de pie frente al mar, viendo quién sabe hasta dónde porque no sabía si el mar terminaba o mis ojos no daban más. Eso ha de ser el horizonte, el límite de nuestra visión, el comienzo de nuestra ignorancia y, con suerte, de nuestra duda. Me pregunto si en el desierto es igual porque, aunque parezca raro, entre el mar y el desierto hay una profunda semejanza, incluso parentesco. Como dice Everardo González: «todo desierto alguna vez fue mar». 

El año pasado, el cineasta mexicano estrenó Yermo. La cinta nació de la invitación que el fotógrafo Alfredo De Stéfano hizo a González para registrar el proceso de realización de su obra Storm of Light,  en un recorrido por distintos desiertos del mundo. No me extraña que de esos viajes le surgiera al realizador, considerando el talento de su mirada y narrativa, un proyecto aledaño al del fotógrafo. El resultado fue un documental que atraviesa distintos desiertos para, en el fondo, hablar del desierto en un sentido más bien conceptual. Al no usar títulos en pantalla (supers) que indiquen el nombre de cada lugar visitado, el filme rompe con la tradición etnográfica que segmenta y ordena la realidad para hacerla comprensible al público, lo que convierte a Yermo en una pieza que va más allá de un simple y condescendiente retrato de los despojados del mundo. 

Everardo González explora temas decisivos en sus películas, pero no lo hace sólo exponiendo o denunciado la infamia o la belleza, sino que husmea entre los límites de los problemas que trabaja para producir en el espectador una interpelación al respecto, con lo que construye un cine no sólo de conmoción sino de aguda reflexión. Su destacada capacidad para hablar de la vida en lugares donde pareciera no haberla se hace de nuevo presente en Yermo y recuerda su trabajo Cuates de Australia (2011), cinta en la que motiva a pensar sobre la existencia humana a partir de la carencia de agua en una remota comunidad de Coahuila, cuyos habitantes se ven obligados a dejar sus tierras a causa de una brutal sequía que deshidrataba desde ancianos hasta fetos. 

En los lugares a los que nos conducen ambos documentales, la artificial lejanía que imponemos entre muerte y vida —sobre todo desde las urbes— se vuelve absurda. Esas regiones, donde hay tan poco que los envases vacíos no son basura sino herramientas, donde el cómputo de años no determina la madurez, donde la infancia sólo se distingue de la adultez por el tamaño de los cuerpos, obligan a que el espectador cuestione sus condiciones de vida. En Yermo esto es central: se trata de un documental que se interroga el quién observa y cómo lo hace, no ya únicamente por lo observado; no quiero decir con ello que no haya un trabajo sobre el mundo que documenta, sino que el otro al que retrata conduce a un pensarse a sí mismo. 

Lo anterior hace de esta película un producto bastante más reflexivo que otros. De hecho, hay quien podría apreciar en Yermo un contraste con las producciones anteriores de Everardo González, pero a mi parecer es el resultado obvio de una larga trayectoria como documentalista que, pasados los años, obliga a cuestionarse por el sentido de su oficio. En relación con ello, es interesante que él mismo haya afirmado que el documental no tiene que servir para nada, cosa que se sincroniza con la distancia que ha tomado respecto al subgénero de denuncia o al periodismo. Sin embargo, luego de que rodara Cuates de Australia, en la comunidad que lleva ese nombre se instaló un suministro de agua, en gran medida gracias al trabajo del cineasta. De esta forma, recordamos la fuerza que en las sociedades contemporáneas, incluidas las rurales, tiene la aparición de una cámara, pero también se hace evidente el alcance de la labor artística. 

Ahora bien, esta labor del arte no se restringe a una dimensión tangible, sino que su potencia transformadora se dirige también hacia espacios que no tienen una funcionalidad productivista. De hecho, me atrevería a decir que es en éstos donde los documentales de Everardo González tienen mayor presencia. Si bien el cineasta puede elegir como temas centrales el desierto o el agua, en el fondo de sus narraciones se plantean interrogantes de mayor complejidad y menor inmediatez, como podría ser la pregunta por la vida, por la identidad y la otredad, por la representación cinematográfica de la realidad o por el sentido y práctica del documental. 

En Yermo, se enfatiza particularmente ese aspecto: se cuestiona el modo en que observa el documentalista, qué construye con su narración y qué tanto puede conocer y entender a esos de quienes habla, quienes no son nada más objetos de la mirada cinematográfica, sino sujetos que también producen observaciones. Esto denota la capacidad que tiene el arte en su compleja relación con la realidad, atravesando capas que llevan de lo básico a lo inefable, de la materialidad a lo intangible, para probar hasta dónde alcanzamos a ver ahí donde pareciera que no hay nada, ya sea en pleno desierto o en medio del mar.