En México, más del 55% de la población sufre de inseguridad alimentaria; de quienes viven en esa condición, el 70% pertenece a familias rurales. Los anteriores gobiernos promovieron la intensificación agrícola sin considerar el grado de dependencia en las milpas de la alimentación familiar, ni la distancia de las comunidades a los polos de servicios, que son elementos claves para incorporar a los agricultores de subsistencia al mercado. En este marco, el sistema alimentario asociado a la milpa se vuelve humana y ambientalmente insostenible porque los agricultores, siguiendo pautas de mercantilización de la producción, han sustituido prácticas de conservación de la diversidad de plantas por monocultivos. Esto los conduce al uso indiscriminado de fertilizantes, herbicidas y plaguicidas, lo cual ha propiciado la reducción de la diversidad microbiana del suelo, la pérdida de su función de mantener la fertilidad y resistir a plagas y enfermedades, afectando negativamente la productividad de los cultivos. Además, el uso de insecticidas disminuye la diversidad de insectos benéficos para el control biológico de plagas y para la polinización. Todo ello provoca que la desnutrición afecte el desarrollo de los niños y contribuya al aumento de enfermedades crónicas en adultos. Por su parte, los costos de producción y la baja rentabilidad obligan a la migración rural para generar ingresos.