*Artículo original publicado en abril de 2020 en la revista MEDICC Review.
MARIANA CÁRDENAS-GONZÁLEZ
Química, Maestra en Ciencias Ambientales
y Doctora en Toxicología, Conacyt.
MARÍA ELENA ÁLVAREZ-BUYLLA ROCES
Bióloga, Doctora en Ciencias Botánicas, Conacyt.
Departamento de Ecología Funcional, Instituto de Ecología, Universidad Nacional Autónoma de México.
Centro de Ciencias de la Complejidad, Universidad Nacional Autónoma de México.
La pandemia actual ha sacudido las vidas de los seres humanos de maneras que nunca imaginamos y nos ha obligado a preguntarnos hacia dónde se dirige nuestra civilización. En este artículo, exploramos y discutimos la evidencia científica que ayuda a explicar la pandemia actual.
La Covid-19 es la enfermedad ocasionada por un virus nuevo de la familia Coronaviridae, el SARS-CoV-2. Los primeros casos fueron reportados a finales de diciembre de 2019 en Wuhan, Hubei, China. El 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la enfermedad Covid-19 como pandemia y, para finales de ese mes, ya se habían confirmado 858 361 casos en el mundo y 42 309 personas habían fallecido por esta causa. Actualmente, hay mas de 111 millones de casos acumulados y 2.4 millones de fallecimientos asociados directamente a la infección.
TRANSMISIÓN DEL VIRUS
Todavía no se conoce con claridad la dinámica de transmisión del SARS-CoV-2 a través de los hospederos originales e intermediarios, pero es muy probable que el virus haya infectado a los seres humanos después de experimentar una transferencia interespecie de los murciélagos hacia un huésped intermediario. Los coronavirus son virus de RNA con un alto «dinamismo» genómico, lo que ha promovido el origen de nuevas variantes capaces de cruzar la barrera de especies, y les ha permitido adaptarse a nuevos hospederos y transmitirse (intra e interespecie) (Cui et al., 2019).
La propagación de éstos y otros virus depende de las condiciones asociadas al propio virus, al hospedero, al organismo recientemente infectado y al ambiente en el que ocurren estas interacciones. En general, estas condiciones incluyen: 1) la frecuencia de interacciones entre el hospedero natural, el intermediario y el final; 2) la densidad de población de la especie hospedera infectada; 3) el estatus de la salud general tanto del hospedero como del individuo recientemente infectado; 4) las características y adaptaciones virales específicas (infectividad, patogenicidad, resistencia a las drogas, etc.); y 5) la conducta del huésped humano final (viajes, migración, conflictos y guerras, globalización, urbanización, etc.). Los cambios en cada una de estas cinco condiciones están detrás del surgimiento y resurgimiento de las enfermedades virales infecciosas, especialmente en las zoonosis que han incrementado en infectividad y patogenicidad. En los últimos 20 años, las zoonosis, como el brote de encefalitis asociado al virus Nipah (en Malasia, 1998), la epidemia del SARS (2002), del MERS (2012), del Ébola (en África Occidental, 2014–2015) y, más recientemente, la pandemia de la Covid-19, nos han recordado la conexión inherente e inseparable entre todas las formas de vida y su medio ambiente.
SISTEMAS AGROINDUSTRIALES Y LA ECOLOGÍA DE LAS ZOONOSIS
Los sistemas actuales de producción agropecuaria han provocado una fuerte presión sobre el cambio de uso de suelo en extensas áreas de la franja templada y tropical, lo cual ha creado un continuo de agroecosistemas fuertemente antropizados que avanzan cada vez más sobre tierras menos aptas. Esto produce un profundo deterioro del hábitat y una pérdida importante de los servicios ecosistémicos que dichos espacios proporcionan (Cascio et al., 2011).
Especialmente en el trópico, el hábitat de una amplia diversidad de aves y murciélagos se ha transformado. En las últimas décadas, extensas áreas han sido deforestadas para la producción industrial de aceite de palma, arroz, soya y sorgo, y para la cría intensiva de rumiantes, cerdos y aves de corral (Afelt et al., 2018). La pérdida de hábitat en estos ecosistemas de alta diversidad reduce las poblaciones silvestres originales, creando desbalances en todas las relaciones tróficas. Las especies sobrevivientes son forzadas a explorar nuevos nichos ecológicos, a interactuar con especies con las cuales no han tenido contacto previo, a modificar su distribución geográfica mas allá de los límites óptimos para su fisiología y a ajustar sus interacciones con un viroma que, simultáneamente, está en proceso de modificación por el contacto con nuevos vectores y huéspedes potenciales (Plowright et al., 2015).
Así pues, la antropización agropecuaria de un ecosistema le imposibilita, artificialmente, llegar a su clímax y lo mantiene en un estado de reclutamiento constante de individuos más resistentes a las presiones que ejerce el manejo agropecuario de escala industrial, lo cual incluye la presión ejercida por los patógenos que se favorecen en el continuo de ecosistemas degradados. En consecuencia, estos ecosistemas se convierten en espacio de fuerte competencia entre las especies más favorecidas por el constante estado de perturbación, y se establece así una nueva dinámica de intercambio y recombinación vírica entre los sobrevivientes y el ganado (Afelt et al., 2018). Grandes presiones selectivas también se ejercen por la introducción de agroquímicos y bioinsumos, especialmente en poblaciones de artrópodos y, consecuentemente, en los murciélagos y las aves asociados con ellos a nivel trófico. Estos murciélagos y aves —al igual que roedores— son candidatos a nuevos reservorios virales y pueden formar parte de las poblaciones salvajes más
sobrerepresentadas en el ecosistema por el incomparable suministro de alimento y por la relativa ausencia de depredadores y competidores (Allen et al., 2017). Esto no sólo promueve el crecimiento de las poblaciones de virus y su evolución concomitante, sino que también favorece la emergencia de linajes capaces de progresar en huéspedes novedosos, incluyendo a los humanos.
En este contexto, las tasas aceleradas de sucesión generacional impuestas artificialmente por la agroindustria también favorecen la selección de nuevas cepas de microorganismos y virus capaces de cruzar la barrera de especies. La migración de fauna silvestre, sea habitual o forzada, altera constantemente el mapa de distribución de muchos virus, moviéndolos hacia nuevas áreas y cambiando la elección de especies hospederas o vectores. Al mismo tiempo, el movimiento de animales vivos destinados a la producción de ganado por todo el mundo y el flujo de poblaciones humanas garantiza la redistribución de estos virus en un continuo de ecosistemas antropizados.
Cabe mencionar, además, que la explotación agroindustrial tiene éxito económico gracias a la homogeneidad genética de las especies que maneja. Así, tenemos una altísima representatividad del mismo grupo de edad, sexo y vulnerabilidad genética confinados en espacios reducidos, con dietas sobreenriquecidas y altos niveles de estrés crónico que garantizan la transmisión de la infección y una amplia oportunidad de nuevas mutaciones. De los 41 eventos de reconversión de cepas de alta patogenicidad del virus de influenza aviar, específicamente los subtipos H5 y H7, reportados en el periodo de 1959 a 2015, sólo dos ocurrieron en granjas de traspatio; el resto, en explotaciones comerciales de escala industrial (Dhingra et al., 2018).
CIENCIA CRÍTICA, REFLEXIVA Y SOCIALMENTE COMPROMETIDA
La comunidad científica ha desempeñado un papel ejemplar en su respuesta ante esta emergencia global y está trabajando arduamente para encontrar soluciones relevantes para los gobiernos y la sociedad. En este proceso ha sido vital la participación de organizaciones globales como World Health Organization para movilizar acciones coordinadas contra la pandemia.
Durante esta emergencia de salud global se ha hecho patente la necesidad de buscar soluciones al bienestar colectivo que no respondan a los intereses financieros de las grandes corporaciones farmacéuticas y, simultáneamente, se ha vuelto urgente encontrar formas más democráticas y abiertas de compartir el conocimiento científico. Debemos ser innovadores en las formas en que la ciencia apoya la toma de decisiones, así como construir puentes de diálogo y de colaboración entre sectores y países, entre el norte global y el sur global.
La colaboración internacional ha sido nuestra fuerza nuclear para confrontar la pandemia actual de la Covid-19, como lo fue en pandemias y epidemias pasadas. La interconectividad del mundo en el que vivimos no es sólo virtual, sino física; y no sólo ocurre entre humanos, sino también con el ecosistema. El concepto de “Una Salud”, institucionalizado por WHO desde 2008, incluye estas ideas. Su estrategia propone utilizar un enfoque sistémico, interdisciplinario y multisectorial para diseñar e implementar programas, políticas, legislación e investigación que permitan mejorar la salud de todas las poblaciones en el ecosistema— y del propio ecosistema— a nivel local, regional y global. Al mismo tiempo, este concepto nos llama a un cuestionamiento más profundo de los modos de producción y su impacto en el medio ambiente, un ambiente compartido a nivel global e inseparable de la salud humana.
Los altos costos humanos y económicos de enfermedades emergentes, tales como las enfermedades virales zoonóticas, no deben ser ignorados. Tenemos que aprovechar esta oportunidad para promover una ciencia global y abierta que profundice en el estudio de las interrelaciones de las dimensiones biológicas, ambientales, sociales y económicas de ésta y otras enfermedades, y que también cuestione los modos de producción actuales, su impacto en el ambiente y, por ende, en la salud humana global. Es momento de aprender la lección y dejar de anteponer los intereses económicos de unas cuantas corporaciones o Estados que controlan la producción animal a gran escala, por encima de la salud global que, como ha quedado claro, es una sola. Deben restaurarse los ecosistemas que han sido profundamente destruidos bajo los actuales modelos industriales de explotación agropecuaria y comercio global (incluyendo sus insumos y productos). Una ciencia abierta y global debe ahondar en la raíz estructural de las causas de las enfermedades virales emergentes que están cruzando la barrera de las especies y amenazando a la humanidad.
REFERENCIAS
Afelt, A., Frutos, R. y Devaux C. (2018). Bats, coronaviruses, and deforestation: Toward the emergence of novel infectious diseases? Frontiers in Microbiology, 9(apr), 1-5. https://doi.org/10.3389/fmicb.2018.00702
Allen, T., Murray, K. A., Zambrana-Torrelio, C., Morse, S. S., Rondinini, C., Di Marco, M., Breit, N., Olival, K. J. y Daszak, P. (2017). Global hotspots and correlates of emerging zoonotic diseases. Nature Communications, 8(1), 1124. https://doi.org/10.1038/s41467-017-00923-8
Cascio, A., Bosilkovski, M., Rodriguez-Morales, A. J. y Pappas, G. (2011). The socio-ecology of zoonotic infections. Clinical Microbiology and Infectious Diseases, 17(3), 336-342. https://doi.org/10.1111/j.1469-0691.2010.03451.x
Cui, J., Li, F., y Shi, Z. L. (2019). Origin and evolution of pathogenic coronaviruses. Nature reviews. Microbiology, 17(3), 181–192. https://doi.org/10.1038/s41579-018-0118-9
Dhingra, M. S., Artois, J., Dellicour, S., Lemey, P., Dauphin, G., Von Dobschuetz, S., Van Boeckel, T. P., Castellan, D. M., Morzaria, S., y Gilbert, M. (2018). Geographical and historical patterns in the emergences of novel highly pathogenic avian influenza (HPAI) H5 and H7 viruses in poultry. Frontiers in veterinary science, 5, 84. https://doi.org/10.3389/fvets.2018.00084
Plowright, R. K., Eby, P., Hudson, P. J., Smith, I. L., Westcott, D., Bryden, W. L., Middleton, D., Reid, P. A., McFarlane, R. A., Martin, G., Tabor, G. M., Skerratt, L. F., Anderson, D. L., Crameri, G., Quammen, D., Jordan, D., Freeman, P., Wang, L. F., Epstein, J. H., Marsh, G. A., … McCallum, H. (2015). Ecological dynamics of emerging bat virus spillover. Proceedings. Biological sciences, 282(1798), 2124. https://doi.org/10.1098/rspb.2014.2124