EL SECUESTRO DE LA SALUD POR EL AZÚCAR

ALEJANDRO CALVILLO
Director del Poder del Consumidor.

Documentos internos de la industria azucarera de los Estados Unidos de América revelan cómo, a mediados del siglo pasado, ésta compró a científicos y cabildeó a instituciones públicas para que determinaran públicamente, de manera oficial, que la política de salud pública destinada a reducir la tasa de mortalidad por enfermedad coronaria responsabilizara a las grasas saturadas, ignorando el alto impacto del consumo de azúcar en este padecimiento. La estrategia desvió las políticas de salud pública durante 50 años, uno de los actos que ocasionó mayor daño a la salud de millones de personas, no sólo de los Estados Unidos de América, sino de todo el mundo, por la influencia que tuvo esta política a escala global.

En esos decenios se extendió por el mundo la penetración de las grandes corporaciones de bebidas y alimentos ultraprocesados, que lograron una profunda modificación de las dietas tradicionales en la mayor parte de la población humana, un hecho inédito en la historia. La estrategia de la industria del azúcar generaría, en este contexto, una de las condiciones esenciales de la epidemia global de obesidad y diabetes, la mayor alteración en la nutrición humana.

El reporte “La Industria del Azúcar y la Investigación sobre Enfermedades Coronarias del Corazón. Un Análisis Histórico de Documentos Internos de la Industria”, publicado en la revista Journal of the American Medical Association (JAMA), expone la estrategia que desarrolló la industria azucarera en los Estados Unidos de América, a través de su Fundación de Investigación del Azúcar (SRF, por sus siglas en inglés), para negar el vínculo del consumo de azúcar con las enfermedades cardiovasculares y sacar este ingrediente de la atención en las políticas de salud pública.

A finales de los años cincuenta, las estadísticas mostraban un incremento fuera de control en la mortalidad por cardiopatías coronarias en los Estados Unidos de América. Los estudios científicos señalaban que la causa estaba en las grasas y el colesterol, por un lado, y en la sacarosa (azúcar), por otro. Financiando estudios científicos e influyendo en organismos gubernamentales, la SRF puso su atención en las grasas saturadas y el colesterol como única causa de estas enfermedades, evitando cualquier política pública para reducir el consumo de azúcar. De hecho, la industria azucarera identificó que una dieta baja en grasas era una oportunidad para aumentar la presencia de azúcar en ella. En 1954, el presidente de la SRF, Henry Hass, declaraba: “Este cambio significará un aumento en el consumo de azúcar por persona más de una tercera parte, con un mejoramiento tremendo de la salud pública”.

La misma SRF conocía la existencia de estudios que señalaban al azúcar como principal causa de las enfermedades coronarias, los cuales “indican que, en dietas bajas en grasas, la clase de carbohidratos consumidos puede tener una influencia en la formación de colesterol malo […]. De varios laboratorios de gran y menor reputación, están saliendo reportes que establecen que el azúcar es una fuente menos deseable de calorías que otros carbohidratos”. Desde finales de los cincuentas, John Yudkin indicaba que había otros factores que aumentaban el riesgo de enfermedades cardiovasculares, como el azúcar, y que al menos era igual de importante que las grasas saturadas”.

Para 1965, la SRF invitó al Dr. Fredrick Stare, jefe del Departamento de Nutrición de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, a ser miembro de esta fundación. En julio de ese año, la SRF contactó al Dr. Mark Hegsted, miembro de la facultad dirigida por Stare, quien había publicado dos artículos que presentaban relaciones epidemiológicas más claras entre los niveles de azúcar en sangre como predictor de aterosclerosis que entre los niveles altos de colesterol malo e hipertensión, es decir, se demostró una relación más evidente entre el azúcar y las enfermedades cardiovasculares que entre éstas y las grasas. En un tercer estudio señalaba que “posiblemente la fructuosa, ingrediente del azúcar, pero no de las harinas, era el agente mayormente responsable”. Los resultados ocuparon la atención de medios de comunicación que comenzaron a difundir la relación entre el consumo de azúcar y las enfermedades cardiovasculares.

–Las corporaciones compran “ciencia a modo”, patrocinan instituciones y asociaciones, y promueven a sus aliados para ocupar cargos en gobiernos y posiciones en el poder legislativo.–

La SRF financió una revisión de la literatura “Metabolismo de los Carbohidratos y el Colesterol” a los propios investigadores de Harvard (Hegsted y McGandy), coordinados por Stare. La revisión tenía por finalidad criticar los estudios que vinculaban al azúcar con las enfermedades cardiovasculares. El estudio derivado de aquella revisión fue publicado en el New England Journal of Medicine en 1967, sin que se mencionara el financiamiento que obtuvo por parte del SRF. La revisión concluyó que la única medida recomendada para prevenir las enfermedades cardiovasculares era reducir el colesterol en la dieta, sustituyendo las grasas saturadas por grasas polinsaturadas y negando toda evidencia de daño a la salud por consumo de azúcar.

La investigación de documentos internos de la industria muestra cómo se influyó también en el Programa Nacional de Caries del Instituto de Investigación Dental, para que se dejara de poner atención al consumo de azúcar como principal causa de este padecimiento. La industria influyó en la elaboración del reporte “El Azúcar en la Dieta del Hombre”, para proteger sus intereses en la evaluación que realizó la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos de América respecto a la seguridad del azúcar, en 1976.

Los alimentos ultraprocesados se llenaron de azúcar; su consumo promedio por parte de la población en el mundo, de acuerdo con la Federación Dental Mundial, se ha triplicado en los últimos 50 años. Si comparamos con el pasado, encontramos una diferencia abismal: se calcula que un francés consumía un kilogramo de azúcar al año en 1850; actualmente, consume 35 kilogramos, de acuerdo con Maureen Gilmat en La Relevèe et la Peste.

El incremento del consumo de azúcar es proporcional al aumento en la ingesta de alimentos ultraprocesados. Esto no debe extrañarnos. En América Latina, las naciones con mayor consumo de alimentos ultraprocesados son las que presentan mayor incidencia de sobrepeso y obesidad: México y Chile.

La historia se repite ahora con la gran industria de los ultraprocesados frente al daño que han causado en la salud de la población. Aún hay quienes niegan sus daños y la efectividad de regulaciones dirigidas a reducir el consumo de productos altos en azúcar, grasas y sodio. Las corporaciones compran “ciencia a modo”, patrocinan instituciones y asociaciones, y promueven a sus aliados para ocupar cargos en gobiernos y posiciones en el poder legislativo. Como en el caso de mediados del siglo pasado, las grandes corporaciones usan su poder para “comprar” la ciencia y cabildear; en este caso, tratando de bloquear a toda costa que avancen las políticas contra la obesidad (etiquetados de advertencia, impuestos, prohibición de la publicidad y que estos productos entren a las escuelas).

En Chile, por ejemplo, se ha logrado imponer una política de salud pública con etiquetados de advertencia. Los productos que los contengan no deben publicitarse a niños, ni contener regalos o personajes atractivos o entrar a las escuelas. En México, la pasada administración estuvo al servicio de estas corporaciones. Veremos si el nuevo gobierno logra proteger la política de salud pública de los intereses económicos.