EL RÍO MAYA

YOSU RODRÍGUEZ ALDABE
Ingeniero Mecánico Electricista. Investigador del Centro de Investigación en Ciencias de Información Geoespacial (CentroGeo), Centro Público de Investigación del Conacyt.

JUAN ROBERTO BÁEZ MONTOYA
Estudiante de la Maestría en Agronegocios y Mercados Sostenibles, Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza. Colaborador en CentroGeo, Centro Público de Investigación del Conacyt.

Distintas civilizaciones se han establecido, prosperado y decaído alrededor de cuerpos de agua. Tal es el caso de la cultura maya que, en el Periodo Clásico (200-900 d. C.), contaba con un sistema de ciudades conectado a través del río Usumacinta (cuyo nombre significa «lugar abundante en pequeños monos»). Los diversos asentamientos humanos localizados en la ribera del río estuvieron comunicados política y económicamente gracias a que este cuerpo de agua permitía interacciones de todo tipo. Las ciudades ribereñas más destacadas, a saber, Yaxchilán, Pomoná, Altar de Sacrificios, Dos Aguas y Piedras Negras, estuvieron ubicadas entre la unión de los ríos de la Pasión y Chixoy o Salinas, hasta la confluencia de éstos con el Río San Pedro en la cuenca del Usumacinta. Los reinos de Calakmul, Tikal y, en menor medida, Palenque fueron los que se disputaron el control del río durante mil años, aproximadamente desde el año 100 a. C. hasta finales del Periodo Clásico.

La civilización maya utilizó el río Usumacinta como conector entre distintas ciudades y desarrolló un sistema urbano basado en el río. Sin embargo, con la llegada de los españoles, se impusieron formas de ocupación del territorio basadas en tecnologías foráneas que respondían a condiciones y paisajes exógenos. Esta tendencia, que considera a los elementos y condiciones geográficos típicos de la región, no como guías, sino como obstáculos para el desarrollo, aún no ha cesado. Un ejemplo claro de esto es que las redes de carreteras y los centros poblacionales en Tabasco se construyen sin tomar en cuenta la dinámica hidrológica de la zona. La planeación urbana responde en este caso a lógicas económicas y geopolíticas que se intentan imponer sobre el paisaje original y que crean condiciones de desarrollo frágiles. El 2020 es prueba diáfana de ello, pues las inundaciones históricas fueron consecuencia de una planeación urbana que no tomó en cuenta el entorno en el cual se desarrolla.

Construir sistemas urbanos que estén en armonía con los cuerpos y flujos de agua de la región es fundamental. Para lograr un desarrollo sustentable, que asegure el acceso a agua de calidad, es necesario el diálogo entre el conocimiento científico y el vernáculo, así como el desarrollo de estrategias que respondan a los retos específicos que cada lugar plantea. Para ello, la brecha entre la academia y la sociedad debe reducirse, y esta última debe reconocerse como agente responsable en la toma de decisiones acerca de la conservación y el manejo de los recursos hídricos. Al abrir espacios de diálogo público acerca del agua, pueden aprovecharse los recursos de la ciencia ciudadana e incluir los conocimientos ancestrales en la gestión ambiental, de manera tal que se resuelvan los problemas de disponibilidad del agua, no sólo para consumo humano sino para el funcionamiento correcto de los ecosistemas. El entendimiento entre academia, sociedad y gobierno es la clave para fortalecer las condiciones de justicia ambiental y bien común que nos llevarán hacia la sustentabilidad.