MARÍA ELENA ÁLVAREZ-BUYLLA ROCES
Directora General del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
Durante esta primera administración de la Cuarta Transformación, México ha cambiado y lo ha hecho para bien. Nuestro querido país vive un periodo de transición hacia un futuro más democrático y con mayores libertades. México transita para convertirse en el país incluyente que hemos anhelado durante generaciones. Un país enriquecido con políticas públicas de bienestar para todas y todos, con una economía más justa e igualitaria, y con acceso universal a los derechos humanos. Este camino hacia el porvenir, que prioriza la atención a los más vulnerables, está inscrito en un contexto global en el que el neoliberalismo ha generado una serie de crisis en muy diversos niveles y ámbitos. El desarrollo científico y tecnológico no ha sido la excepción.
La ciencia, reserva de objetividad en transformación constante, no es ajena a las necesidades sociales y, por ello, es clara y urgente la necesidad de transformar los modelos tradicionales de construcción del conocimiento científico para contribuir en la atención de los complejos retos de la humanidad y el planeta. Problemas tales como la pandemia de covid-19, el cambio climático y la erosión de la biodiversidad sólo pueden ser resueltos con el auxilio de la ciencia comprometida. Ante la compleja y crítica realidad, la ciencia guiada con honestidad por los principios del conocimiento se vuelve indispensable. En particular, es necesario impulsar lo que filósofos de la ciencia, como Thomas Kuhn o Paul Feyerabend, han denominado como «ciencia de frontera» o «investigaciones de frontera».
Las investigaciones de frontera se caracterizan tanto por su potencial para transformar y renovar el conocimiento como para generar nuevos saberes que no estén delimitados por las principales corrientes del pensamiento ni por el statu quo. Los científicos que se aventuran en este tipo de investigaciones lo hacen a sabiendas de que su trabajo no necesariamente se verá reflejado en aplicaciones técnicas preestablecidas. Sin embargo, son los grandes avances en la frontera del conocimiento los que darán pie a las verdaderas innovaciones, aquéllas que no están guiadas exclusivamente por el afán de lucro. La innovación verdadera emerge de la interacción virtuosa entre la ciencia de frontera y las dinámicas de los diversos campos sociales que dan forma y sustancia a nuestra sociedad a lo largo del tiempo, bajo el cobijo de la ética y del respeto del principio precautorio.
Por ello, la dicotomía entre ciencia básica y ciencia aplicada puede ser confusa y, más bien, nuestro quehacer como científicas y científicos debe estar encaminado a romper las fronteras del conocimiento. Para ello, se requiere la acumulación de muchos datos, modelos, explicaciones que se almacenan durante años y por múltiples grupos de investigación en un proceso de generación conocido, generalmente, como ciencia básica.
Para hacer frente a los retos que nos impone el mundo y poder llevar a cabo una verdadera renovación del conocimiento, así como generar horizontes más esperanzadores, es imperante apoyar a las nuevas generaciones de jóvenes científicos y científicas que impulsan las nuevas propuestas. La ciencia de frontera tiene la extraordinaria capacidad de traer el futuro al presente, y de convertir en realidad lo que sin la ciencia sólo serían sueños.
Richard Lewontin (1929-2021), notable biólogo evolutivo e infatigable activista político de izquierda, ilustra de manera luminosa que comprometerse con la ciencia de frontera no significa hacer a un lado la responsabilidad social, sino todo lo contrario. Su ejemplo muestra que expandir las fronteras del conocimiento provee a la sociedad con valiosas herramientas para comprender a profundidad su realidad y también para transformarla.
Por ello, el nuevo Conacyt, que inició gestiones el primero de diciembre de 2018, rescató con prioridad el apoyo a la ciencia básica con énfasis en fomentar la ciencia de frontera. Se estimula, por ello, la investigación científica con rigor y plena libertad, a sabiendas de que su desarrollo es fundamental para dar sustento también a los programas de posgrado que se encargan de la formación de nuevas generaciones de profesionistas con pensamiento científico y crítico en todos los campos disciplinarios.
En esta edición se resumen algunas de las propuestas de ciencia de frontera que se han apoyado durante esta gestión. Los propios científicos responsables de los proyectos en marcha nos hablan acerca de sus fascinantes investigaciones en diversos campos de las ciencias físicas, químicas, biológicas y ambientales, médicas y de la salud, sociales o humanísticas. La riqueza de lo que realiza la comunidad científica nacional es inagotable.
El avance de la ciencia de frontera desde nuestro país es fundamental para estar en la posibilidad soberana de generar desarrollos de vanguardia de interés nacional y, con ello, fortalecer nuestra soberanía. El quehacer científico debe apoyarse con una perspectiva a mediano y largo plazo, impulsando la colaboración entre grupos que cultivan distintas disciplinas y desde diversas instituciones, y maximizando la eficiencia en el uso de la infraestructura científica con la cual contamos. En un futuro próximo, los resultados de los proyectos de Ciencia de Frontera estarán contribuyendo también a la sólida y rica cultura de nuestro país, y a nuestra capacidad colectiva de transformarlo a favor de un mejor porvenir para todos y todas.