ANABELLE BONVECCHIO
MISHEL UNAR
SELENE PACHECO
JUAN ÁNGEL RIVERA DOMMARCO
Instituto Nacional de Salud Pública
La nutrición adecuada en los infantes menores de cinco años, en especial durante los primeros mil días de vida —que van desde la concepción hasta los dos años—, es fundamental para la promoción del crecimiento, la salud y el desarrollo óptimo de los individuos (Black et al., 2013).
La buena nutrición es esencial para el desarrollo de las defensas de un individuo contra las infecciones, incluyendo aquélla causada por el virus SARS-CoV-2. Las personas con desnutrición tienen sistemas inmunes más débiles, lo que los pone en mayor riesgo de enfermedad grave ante la covid-19. Al mismo tiempo, una alimentación no saludable provoca obesidad y diabetes, ambas fuertemente relacionadas con las manifestaciones más severas de la enfermedad, incluido un mayor riesgo de hospitalización y muerte (Global Nutrition Report, 2020).
Los niños con desnutrición tienen una mayor susceptibilidad a las infecciones, al retardo en el crecimiento físico y en el desarrollo cognitivo, a un menor rendimiento escolar,
y una mayor predisposición a desarrollar enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión y cardiopatías a lo largo de sus vidas, así como a presentar menor productividad y potencial de ingresos en su adultez (Hoddinott et al., 2008; Black et al., 2008). Por su parte, la anemia y las deficiencias de micronutrientes también tienen repercusiones en el desarrollo cognoscitivo, el crecimiento, la función inmune y, por lo tanto, en la resistencia a las infecciones y en la falta de apetito (Freire, 1998; Wieringa, Dijkhuizen y Berger, 2012; Haider y Bhutta, 2009).
SITUACIÓN DE INSEGURIDAD ALIMENTARIA Y ESTADO NUTRICIONAL DE LA POBLACIÓN ANTE LA COVID-19
Las mujeres y los niños de los hogares más pobres presentan un estado nutricional y de salud deficiente, que sufren como consecuencia de las desigualdades y por estar en desventaja social; por ende, son más vulnerables a esta pandemia (Global Nutrition Report, 2020). La inseguridad alimentaria, que se define como la incapacidad para satisfacer las necesidades alimentarias mínimas durante un periodo prolongado (Food and Agriculture Organization [FAO], 2011b), se asocia fuertemente al estado de nutrición de niños y mujeres (Shamah-Levy et al., 2014). De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) (Instituto Nacional de Salud Pública [insp], 2018), en México el 55.5 % de los hogares presenta algún grado de inseguridad alimentaria (IA), distribuida de la siguiente manera: 32.8 % con IA leve (30.4 % en áreas urbanas y 40.6 % en rurales), y 22.7 % con IA de moderada a severa (moderada: 13 % urbanas y 17.8 % rurales; severa: 7.7 % urbanas y 11.3 % rurales) (insp, 2018).
Asimismo, en México coexisten la desnutrición crónica, la deficiencia de micronutrientes y el sobrepeso y obesidad en niños pequeños, lo que se conoce como la triple carga de la mala nutrición (Pérez-Ferrer et al., 2018). En 2018, el 14.2 % de los menores de cinco años sufrió desnutrición crónica; 4.8 %, bajo peso; y 1.4 %, emaciación (insp, 2018). La prevalencia combinada de sobrepeso y obesidad fue de 6.8 % en infantes de edad preescolar (insp, 2018), lo cual aumenta el desarrollo temprano de enfermedades crónicas (Sahoo et al., 2015). Esta situación nutricional incrementa el riesgo de la población ante la pandemia de la covid-19. Por otra parte, la anemia afectó a 1.2 millones de mujeres embarazadas (34.9 %) (insp, 2018) y a 2.5 millones de niños en edad preescolar (32.5 %) (insp, 2018).Dentro de este grupo, casi la mitad de los menores entre 12 y 23 meses de edad presentaron anemia (48.2 %), y fueron los más afectados por esta condición. Sólo 49.4 % de los menores de 6 a 11 meses y el 67.5 % de 12 a 23 meses consumieron alimentos ricos en hierro (González-Castell et al., 2020). Por otra parte, la deficiencia de zinc afectó al 18.6 % de los infantes de 1 a 4 años, principalmente en los sectores más pobres (23.4 % contra 9.9 %) (De la Cruz-Góngora et al., 2019).
IMPACTO DE LA COVID-19 EN LA SALUD, ECONOMÍA, INSEGURIDAD ALIMENTARIA Y ESTADO NUTRICIONAL
A pesar de que las tasas de mortalidad por la covid-19 parecen ser bajas en niños y en mujeres en edad reproductiva, estos grupos podrían verse desproporcionadamente afectados por la interrupción de los servicios de salud de rutina, lo que podría suscitar un aumento sustancial en la mortalidad materna e infantil en países de bajos y medianos ingresos (Roberton et al., 2020; Osendarp et al., 2020).
Si bien a corto plazo la oferta alimentaria en México y en la mayoría de los países de América Latina se ha visto poco afectada durante la pandemia (FAO, 2020a), se estima que a causa de las medidas de cierre por la emergencia los sistemas alimentarios se vean afectados a mediano y largo plazo debido a la menor producción o distribución de alimentos y a la escasez de oferta, lo que puede provocar un aumento en los precios (FAO, 2020b).
México es una sociedad altamente desigual. Una gran parte de su población vive en la pobreza y subsiste en el sector informal de la economía; este contexto ha planteado grandes desafíos para el éxito de las medidas de distanciamiento social, ya que muchas personas no pueden permitirse quedarse en casa (Vilar-Compte et al., 2020).
De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), la crisis por la covid-19 afectará principalmente a los grupos de la población más vulnerables y amenaza con revertir los avances en materia de desarrollo social alcanzados por el país (2020). El Coneval estimó que, en el primer trimestre de 2021, el porcentaje de la población con un salario inferior al costo de la canasta básica aumentó de 31.7 % a 36.4 % en zonas urbanas y de 48.0 % a 48.9 % en zonas rurales, en comparación con el primer trimestre de 2020, lo que generó un incremento de la población en condición de vulnerabilidad, inseguridad y pobreza (2021b).
Aunado a lo anterior, la encuesta ENCOVID19 (Universidad Iberoamericana, 2020) estimó que, en marzo y abril de 2020, entre 5.2 y 8.1 millones de personas perdieron su empleo, fueron «descansadas» o no pudieron salir a buscar trabajo por la pandemia, además de que en uno de cada tres hogares hubo una pérdida de 50 %, o más, en los ingresos respecto al mes anterior.
La evidencia demuestra que las situaciones de emergencia y crisis económicas profundizan la inseguridad alimentaria entre las poblaciones vulnerables, sobre todo en aquéllas que destinan una gran parte de sus ingresos a la compra de alimentos (De Pee et al., 2010; Vilar-Compte et al., 2015).
Los altos precios de los alimentos reducen la diversidad, la calidad nutricional de la dieta y la cantidad de alimentos disponibles en el hogar (De Pee et al., 2010).Los grupos vulnerables de la población se ven obligados a modificar su alimentación por medio del incremento en el consumo de alimentos ricos en energía, azúcar, sal y grasa, de baja calidad nutricional, ampliamente disponibles y frecuentemente de bajo costo. Por otro lado, también se ven forzados a disminuir el consumo de alimentos frescos, como los de origen animal, verduras y frutas, que en algunos casos son más costosos (Brinkman et al., 2010). La reducción del consumo de alimentos saludables deteriora la calidad de la dieta, de por sí mala, de las familias mexicanas (Aburto et al., 2016). Además, la reducción de la cantidad de alimentos consumidos afecta el estado de nutrición, aumenta las deficiencias de micronutrientes, provoca retardo del crecimiento e incrementa la morbilidad y mortalidad por enfermedades infecciosas, particularmente entre los grupos de población con necesidades determinadas, como los niños pequeños y las mujeres embarazadas y lactantes (Sari et al., 2010; Darnton-Hill y Cogill, 2010). Un estudio sobre la crisis financiera de 2008 en México documentó que los hogares más vulnerables antes de dicha crisis sufrieron un efecto mayor en sus niveles de inseguridad alimentaria, lo que puede también profundizar las desigualdades sociales y de salud (Vilar-Compte et al., 2015). Asimismo, el porcentaje de hogares con menores de edad que sufren inseguridad alimentaria se incrementó de 46 % a 56 % entre 2008 y 2009 (UNICEF-Coneval, 2010).
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Según el Informe de la Nutrición Mundial 2020, los niveles de hambre y desnutrición podrían duplicarse en tan sólo unas pocas semanas; por lo tanto, a medida que se adoptan estrategias para frenar la propagación de la covid-19, se deben también asegurar medidas para contener el impacto socioeconómico de la pandemia (insp, 2018). El impacto desigual de las medidas de distanciamiento podría exacerbar las desigualdades existentes; por ende, resulta clave implementar políticas de protección social adecuadas mientras dure la pandemia y se extiendan sus consecuencias (Vilar-Compte et al., 2020). Se debe garantizar que las madres embarazadas y en periodo de lactancia que viven en condición de pobreza o vulnerabilidad social accedan a alimentos suficientes y nutritivos que les permitan llevar estos procesos de forma saludable, así como garantizar la adecuada alimentación complementaria de sus hijos de seis meses a dos años —la etapa de mayor vulnerabilidad biológica—, principalmente en las grandes ciudades, donde el impacto por la covid-19 ha sido mayor en términos de la reducción del ingreso.
En la actualidad, en México no contamos con un programa nacional consolidado, con recursos presupuestales para la prevención de la mala nutrición, enfocado en la ventana de los mil días, que pueda contener el impacto económico que la pandemia de la covid-19 tendrá en el estado de nutrición y salud de los grupos económicamente más vulnerables. Si bien ya fue presentada la Estrategia Nacional de Atención a la Primera Infancia (ENAPI), que representa la política integral para el desarrollo de la primera infancia de esta administración, aún no se le ha asignado presupuesto suficiente que se traduzca en acciones concretas. Lo mismo sucede con el recién publicado Programa Nacional para la Protección de las Niñas, Niños y Adolescentes (Pronapinna). Es, entonces, un buen momento para crear un fondo presupuestal de emergencia para la protección de la nutrición de estos grupos vulnerables.
Por otra parte, el Programa de Asistencia Social Alimentaria en los Primeros 1 000 Días de Vida —a cargo de los Sistemas Nacional, Estatal y Municipal para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF, SEDIF y SMDIF), que contemplan la distribución de canastas alimentarias para este grupo de población en localidades de alta y muy alta marginación— es un programa de reciente creación, por lo que muchos estados se encuentran en el proceso de licitación de los insumos y se desconoce la fase de su implementación a nivel nacional y el número de beneficiarios. A partir de lo dicho, se recomienda ampliar, fortalecer y consolidar este programa a corto plazo para reducir los efectos de la pandemia en la población más vulnerable. Además, se sugiere evaluar la factibilidad de la entrega de transferencias no condicionadas en efectivo para la compra de alimentos por un monto mínimo equivalente a la canasta alimentaria establecida por el Coneval ($1 710.44 en entornos urbanos y $1 229.43, en los rurales) (2021a). La modalidad de transferencias en efectivo podría ser más compatible con la medida de distanciamiento social, ya que evitaría las reuniones masivas que acaso generen las distribuciones de alimentos y que fomentarían la propagación del virus, además de que ofrecen un potencial apoyo a la economía local (FAO, 2011a). En poblaciones donde la pandemia afecte la disponibilidad de alimentos, se puede optar por la entrega de canastas. Se ha documentado que la entrega de efectivo aumenta el gasto en alimentos y la diversidad dietética en el hogar (Garcia-Guerra et al., 2019) con el mismo efecto y a menor costo que si se entregara una canasta de alimentos (Skoufias et al., 2013). También podría valorarse la entrega de cupones específicos para canje por alimentos saludables disponibles en tiendas de las localidades o en tiendas Segalmex.
Es importante intensificar los programas y servicios para proteger, promover y apoyar la lactancia materna. Para ello, también exhortamos a los gobiernos a no solicitar, aceptar o distribuir donaciones de fórmulas infantiles y otros sucedáneos de leche materna que ponen en riesgo aun mayor la salud y supervivencia de los niños menores de 24 meses (World Health Organization, 1981).
El consumo de alimentos de origen animal y la suplementación con micronutrientes es particularmente relevante en las situaciones de emergencia. Considerando el aumento en las cifras de anemia reportadas en la ENSANUT 2018, se sugiere la suplementación con micronutrientes en las zonas más pobres y afectadas por la covid-19 a través de tabletas de micronutrientes múltiples para mujeres embarazadas y lactantes (Haider y Bhutta, 2015; Nutrition International, 2019; Multiple Micronutrient Supplementation in Pregnancy, 2020). Para infantes de seis meses a dos años en condición de inseguridad alimentaria, se sugieren alimentos complementarios fortificados; en caso de no haber inseguridad alimentaria, polvos de micronutrientes múltiples para fortificación casera (World Health Organization, 2019; Mahfuz et al., 2016; Neufeld et al., 2019). Por experiencias de programas previos, tanto Segalmex como Liconsa cuentan con la capacidad para desarrollar y producir dichos productos. Para su distribución, podría usarse el padrón de beneficiarios del Programa de Asistencia Social Alimentaria en los Primeros 1 000 Días de Vida del Sistema Nacional DIF. De no ser factible, se deberá explorar la factibilidad y costo de entrega directa en los hogares o en las comunidades.
Las acciones planteadas deberán acompañarse de una estrategia de comunicación educativa para la prevención de la triple carga de la mala nutrición en el contexto de la covid-19. La estrategia debe estar libre de conflictos de intereses, a través de medios innovadores compatibles con el distanciamiento social —como los medios de comunicación de masas y teléfonos celulares—, para así diseminar y promover mensajes clave, que incluyan la lactancia materna exclusiva siguiendo las medidas de protección contra la covid-19, la alimentación complementaria adecuada, el consumo de verduras, frutas, leguminosas y agua potable, la compra de alimentos locales, la disminución del consumo de alimentos y bebidas ultraprocesados y la disminución del tiempo frente a pantallas, entre otros. Con estos mensajes se reconocerían las particularidades del contexto de vulnerabilidad de las familias por la pandemia de la covid-19.
REFERENCIAS
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