Recientemente, la producción de mezcal ha tenido un crecimiento exponencial, enfocado en la exportación a través de la industrialización de su elaboración, repitiendo el mismo proceso del auge tequilero, el cual generó una problemática social de desigualdad entre productores y afectaciones medioambientales de grandes dimensiones. A pesar de que desde tiempos inmemoriales se produce mezcal en 27 estados del país, sólo 11 poseen la denominación de origen; los que no la tienen, no pueden llamar mezcal a su producto, lo cual los excluye del mercado de las bebidas alcohólicas. Esto genera que los productores tradicionales tengan que vender su mezcal a intermediarios que lo comercializan a precios muy superiores a los que lo pagan, aparte de no tomar en cuenta la diversidad organoléptica. Tal panorama favorece la sobreexplotación de magueyes y leña de sus hábitats naturales para cubrir la demanda de mezcal, al grado que muchos municipios del país han perdido todos sus agaves, en perjuicio de importantes interactuantes ecológicos de los que depende la permanencia de un gran número de especies animales y vegetales. Es el caso de los murciélagos nectarívoros, principales polinizadores y dispersores de semillas de especies endémicas. También destaca un aumento en la tasa de deforestación para instaurar monocultivos de agave, con toda la problemática de contaminación que conlleva por el control de plagas y malezas con insecticidas y herbicidas como el glifosato.