En las primeras campañas de alfabetización en el país, la figura del analfabeto estaba asociada a una imagen peyorativa (Lira García,2014). En este contexto, la historia de la alfabetización nacional implicó esfuerzos por homogeneizar una única lengua que estaría asociada al progreso, lo que supuso dejar de impulsar otras lenguas que se hablaban en el país.
El concepto de analfabeta ha evolucionado, un ejemplo es el de analfabetas funcionales, definido por la UNESCO como: “aquella persona que aun sabiendo leer y escribir frases simples no posee las habilidades para desenvolverse personal y profesionalmente”. Por ello, esta población de analfabetas (absolutos y funcionales) viven al margen de una participación social y cultural justa y equitativa.
Al final, aprender a leer y escribir no es solo una cuestión de habilidades lingüísticas y cognitivas, sino que tiene que ver directamente con la participación del sujeto en prácticas sociales establecidas y legitimadas en el contexto de la cultura escrita reguladas por relaciones de poder que han originado la exclusión de ciertos grupos en ellas (Hernández Zamora, 2019, p. 368). Entonces el sujeto se construye como letrado en la medida en que se cuestiona el discurso y se apropia de él para plasmar su visión del mundo. Por esta razón, el proyecto busca enfocarse en fortalecer la literacidad crítica de jóvenes mexicanos de 15 a 18 años para sembrar una conexión sólida entre sus procesos de aprendizaje y la relación que estos tienen con su entorno inmediato. Se propician procesos lúdicos y creativos donde el lenguaje está en relación directa a lo que observan, viven, sienten, reflexionan y les incomoda de su entorno, a aquello que deciden poner en palabras y transformar para sí mismos y su comunidad.